Mátame si quieres, yo te mato a ti quince veces al día.
El cartero siempre llama dos veces, pero tú llamas dieciséis, porque sabes que después de la décimoquinta, ya no soporto tanta sangre tuya en mis manos.
Y te abro la puerta, y te dejo entrar para curar las heridas que yo misma te hice.
Entonces me atas a la cama, quieres venganza.
Haces nudos con mi voluntad, pones esposas a mi decisión, anulas mi determinación.
Y yo no me opongo, no me resisto, dejo la pelea conmigo misma para cuando te vayas.
Cuando vuelva a encontrarme sóla frente al espejo, ese testigo silencioso de nuestras ganas avivadas por nuestro deseo de muerte.
Deseo de morir las sentencias inventadas que nos separan. Sentencias de jueces ajenos a nosotros.
Pero las seguimos eligiendo, posponiendo así el tratado de paz.
No es rentable firmar la paz, como en todas las guerras.
Nos parece excesivo el precio, soledad a cambio de paz.
¡Qué aburrimiento!, pensamos.
La próxima vez no te abriré la puerta, ni te mataré, para que no desees castigarme.
Pensaré en lo que deseo que ocurra y debiera haber ocurrido, en lugar de pensar en las veces que me habría corrido.
Ya no quiero matarte, porque no quiero seguir muriendo yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario