He estado mucho tiempo enfadada con ella. Sin querer verla, a parte de mirarla.
Le ponía la máscara de soberbia mientras le ponía a su opuesto la de benevolencia.
Le daba las gracias por sus lecciones al mismo tiempo que la culpaba por ellas.
Dicen que la realidad no existe, que simplemente es una interpretación personal.
Que puedes crear en tu vida todo aquello que deseas.
Que no son los otros los que cambian, sino nosotros a través de nuestras percepciones y elecciones.
Y así lo creo. Todo cambió a mi alrededor cuando tuve el coraje de cambiar yo.
Cuando me posicioné y marqué mis límites. Cuando fui coherente conmigo misma y expresé mis sentimientos.
Entonces mi enemiga me vio, me miró. Al principio se lo tomaba a risa, luego me receló, luego se asustó, luego se lo creyó y luego me aceptó.
Admitió que había crecido, que tenía cojones, que era independiente, autónoma, y sobre todo, que no me iba a doblegar.
Ahora me respeta, y yo a ella.
Ahora la soberbia se convirtió en ternura.
Ahora puedo sentir su calor en su abrazo, su amor en sus besos, su respeto en sus manos.
Adoro sus manos, porque no me mienten sobre ella. Son las manos de una mujer fuerte, hermosa, valiente, con cojones también.
Quizás fue eso lo que nos enfrentó, ya sabemos lo que ocurre cuando hay dos machos alfa en la misma manada.
La amo, porque siempre ha estado conmigo, aunque en ocasiones sólo fuera para joder.
La amo, porque eligió parirme sin tener porqué.

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