Te quedaste atascado dentro de mi cueva, y no es porque yo lo quisiera, es porque algún día confundí tu antorcha con la estatua de la libertad.
Ya se que no te gusta hablar de ella, pero es como hablar de Pisa y no nombrar su torre.
Me encanta sentir su calor, su luz que se expande al resto de mi cuerpo, mezclándose con la mía que al mismo tiempo invade el tuyo. Dibujando una elipse redentora cuando nos entregamos el uno al otro sin filtros externos impuestos por jueces arcaicos.
Todavía no puedo entender cómo siendo tan lindo, inteligente, sensible, atrevido y atractivo, sigues creyendo en ellos.
Cómo puedes seguir teniendo miedo del juicio de otros, cómo te quitas poder para complacerles y seguir bajo su yugo.
No te lo van a agradecer, al contrario, cada vez te pedirán más y más, chupando esa energía tan linda que viene de tu interior.
Así y todo, y aunque me cueste la oscuridad temporal de mi cueva, estoy pensando en alejarme de ti.
Yo ya pasé por ahí, un millón de veces, un millón de vidas, y me estoy quitando.
Estoy yendo a un grupo de apoyo para adictos al queroseno de antorchas idolatradas.
¡Dios mío! No sabes cuán duro es. Renunciar a ti... A la persona que volvió a remover las sombras de mi cueva para dar más luz. Sólo que tú sigues empeñado en hacer más grande la sombra, consiguiendo paradójicamente todo lo contrario.
Te voy a dejar en paz, creo que es lo mejor para los dos.
¡Yo te cielo! Te libero del peso que te provoca mi libertad. Te amo tal y como eres. Por eso acepto que siendo tú y yo, ahora, no vamos a ningún lado lindo. No vamos a compartir sacos de dormir, ni vamos a descubrir el camino a la felicidad juntos.
Te quiero así, con tus demonios y tus ángeles, por eso me voy, porque no son compatibles con los míos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario