Encarnada me deshago en agua pensándote con mi mano, para luego evaporarme orgasmo tras orgasmo persiguiéndote con mi esencia.
Me convierto en la soñada, en esa que soy sin saberlo.
Quiero que me inundes, que me ahogues. Rompí todos los salvavidas, esos que no me dejan ser la que ya soy.
Los rompí todos con metal. Me niego a ser salvada por el plástico y no por la carne.
Elijo tu lanza. Vas a tener que dolerme, hacerlo duro, romperme y dejar salir la que soy.
Quiero que me quemes, que me derritas, nacer nueva de las cenizas.
Voy a tener que morderte, voy a tener que gritarte para parirme de nuevo mientras araño tu espalda.
No me quieras mal, ámame, no me salves de la tentación, deja morir la que se niega a saltar, esa que cree que lo sabe todo, esa que controla muriendo viva.
Ya no me sirve, me limita, y se limita a abrir las piernas, sin pasión, con preguntas vacías de respuestas, respuestas dadas que se quedan en la primera pregunta sin seguir investigando, conociendo, creciendo...
Fúndete conmigo, sé que no temes. Muere al que te estanca en aguas que no son tuyas, al que se deja manipular, al que se asusta de la bruja, de la hoguera entre sus piernas.
Ese no eres tú.
Vamos a tener que dejar correr nuestros cuerpos mil veces para que suden lo de los otros, para que se cubran con un nuevo perfume, el tuyo y el mío resurgidos.
Juntos, sin pertenecernos y aún así eligiéndonos.

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