Sueño con un hombre. Es precioso, y lo sabe, pero no lo reconoce cuando me ve en su espejo.
Es valiente y sagaz, y se lo cree, pero tiene la necesidad de demostrarlo para que los otros también se den cuenta.
Desde chiquitito estuvo hambriento de ser, pero su familia lo atiborraba de conceptos sociales y morales, conceptos que chocaban con la sabiduría de su alma.
Dios mío, nos parecemos tanto.
Así que decidió crear su propia cocina.
Elaboraba deliciosos platos, y hacía una alquimia exquisita transformando teorías sin esencia para él. Sólo que poco a poco, por inercia, fue subiendo más y más las murallas que rodeaban su cocina.
Siempre que viene a verme en sueños me envuelve con su cuerpo, haciendo makis con mi piel, porque sabe que adoro la comida japonesa, sólo que a veces la comida se convierte en lenguaje, y no le entiendo porque me habla en japonés.
Pero siempre termino comprendiéndole, porque me besa con los ojos abiertos, mostrándome lo que realmente es.
No se fía de mí cuando le digo que le quiero, porque piensa que no se puede amar de verdad a alguien que sólo está en tus sueños, como si fuera posible amar de mentira alguna vez.
Entonces acaricio su piel suave, y él a mí. Los dos tenemos puitas inapreciables en las manos, puitas que hacen cortes milimétricos, cortes por los que sale el veneno que otros inyectaron en nuestro cuerpo. Lo sabemos, conocemos ese poder, pero nos hacemos los locos, y no nos importa, porque comprobamos cada día que la magia siempre es real, creas o no en ella.
Cada vez que me visita en sueños hacemos el amor. Unas veces vestidos, otras desnudos, a veces follando, a veces hablando, a veces riendo, a veces discutiendo, en japonés, siempre en japonés.
Todavía espera el amor de su vida, y sabe que ya lo ha encontrado. Lo reconoce en el niño que hacía alquimia, en la cocina, donde la pasta que unía los muros de la muralla se ha ido derritiendo porque era de mantequilla. Aún así sigue creyendo que ese amor vendrá desde fuera, como el mesías.
Anoche volvió a verme, no decía nada, muy extraño en él, sólo me miraba, sin besarnos. Abrió su camisa y se quitó la coleta que sujetaba su pelo largo, entonces las vi. Eran las alas más bellas que he visto nunca.
Me dijo: "ahora lo entiendo"
Se acercó muy despacio, me quitó el vestido y las vio, eran las alas más hermosas que había visto jamás.
Desde entonces no hemos vuelto a hablar
en japonés, sólo cuando le digo que recoja los pelos del baño.
Qué bonito princesa!!
ResponderEliminarQué lástima que los sueños sean en blanco y negro y no se distingan todos los colores que salen de ti!!
Qué pena que en los sueños los hombres en lugar de ser sinceros hablen japonés!
No pares de contarnos cosas!
Bueno... a veces es divertido hablar en japonés.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario.