Quiero comerte...
Eres tan apetecible...
Me encanta olerte, chuparte, saborearte, deborarte.
Me deleito con la manera de salpimentar que tienen tus ojos y tu sonrisa cuando bates tu cuerpo debajo, detrás o encima del mío.
Me derrito del gusto que me produce la degustación de cada gramo de tu piel.
Pero me enfado contigo, y te odio, porque eres tú el que racionalizas esos gramos a tu antojo, sin importarte mi costumbre de hacer cinco comidas al día.
No tienes ningún reparo en someterme a una dieta totalmemte insípida y baja en proteínas.
Y no me enfado conmigo, ni me odio, pero no me comprendo.
No entiendo cómo soy capaz de soportar un menú tan paupérrimo.
Un menú lleno de mentiras, estress, falsas esperanzas, promesas incumplidas, excusas sin pedido a domicilio...
No entiendo cómo me vuelvo loca buscando en mi despensa ingredientes tan antinaturales como... paciencia glaseada con ira, sonrisa flambeada con frustración, esperanza aderezada con desesperación.
Aún así quiero comerte y regurgitarte, para hacerte nuevo, a mi antojo y semejanza.
Pero no soy capaz, porque sé que la receta es injusta cuando es elaborada por sólo uno de los comensales.
Porque me quedaría sólo con tu parte comestible, obviando el sabor que le darían tus espinas al caldo.
Por eso quiero jartarme, embostarme de ti. Una, o dos, o mil veces más. Para sobresaciarme, y poder así vomitarte completo, sacándote entero de mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario