domingo, 3 de abril de 2016

El artesano y la piedra

Vaya mala fama tienen las piedras.

Lo peor de todo es que ellas mismas se creen todo lo que se cuenta por ahí.

Por eso se ponen delante de pies despistados y masoquistas para que tropiecen, se escurren en las manos de los "malos" para ser lanzadas a los "buenos", se meten en las zapatillas de los caminantes para hacerles parar...

Así van por la vida, de fuertes y de incordios.

Entonces cuando caen en manos de picaderos o escultores que las tratan sin piedad, afanosos por terminar el trabajo y aprovecharse de la belleza que escondían y nunca supieron ver, creen que se merecen ese daño, porque han sido "malas", porque son inútiles y feas.

Había una piedra chiquitita que nunca se creyó ese cuento. Ella no pensaba que para ver lo más hermoso de su corazón, debía ser tratada con tanta dureza, así que nunca se dejaba atrapar por aquellos hombres.

Se adivinaban destellos verdes en ella cuando la miraba el sol, era lisa, sin poros. Se había dejado pulir por el mar y el viento que la mimaban por ser tan valiente y natural.

Un día calló en manos de un artesano que trabajaba con piedras preciosas. 

-¿Por qué me habrá elegido si de preciosa tengo poco?

Pero vio una luz muy linda en los ojos de aquel hombre. Era muy dulce y delicado, así que se dejó hacer.

El artesano le susurraba mientras le iba quitando capas innecesarias que velaban su esencia.

Le hablaba del amor, de sus ansias de conocer a una mujer que deseara tanto como él compartir la vida juntos, llenos de pasión, respeto y confianza.

Poco a poco fue creciendo entre ellos un cariño muy especial.

El artesano se acordó del mito de Pigmalión y rogó a los dioses que dieran vida a aquella piedra tan maravillosa de la que se había enamorado.

Los dioses se negaron. Dijeron que estaba loco por haberse enamorado de una piedra. 

"Menuda pedrada", dijeron, y se esfumaron de allí muertos de la risa.

La piedra los oyó, decidió marcharse para que el artesano la olvidara y pudiera enamorarse de una mujer de verdad.

El artesano lloró y lloró, dejó salir todo lo que aquella herida abría. Deseos no cumplidos, frustraciones, rencores, miedos, sentimientos no mostrados...

Entonces decidió que esta vez no se daría por vencido, no iba a quedarse de brazos cruzados como había hecho siempre, dejando que sus sueños se escaparan por su pereza.

Buscó y buscó sin parar a la piedra hasta que la encontró.

La piedra al verlo lo miró con dulzura.

Le contó de su viaje, de lo que había aprendido.

Le contó que todo ese amor que sentían el uno por el otro era en realidad el amor que sentían hacia sí mismos.

Le dijo que la belleza de la que se habían enamorado era el reflejo propio.

Añadió que todo estaba bien, que las cosas suceden siempre para un propósito mayor, para recordar cómo amarnos a nosotros mismos.

El artesano se marchó a casa.

Le dio muchas vueltas a lo que la piedra le había contado. Sintió paz en su corazón.

Durmió toda la noche de un tirón, un sueño reparador como hacía tiempo no tenía.

Al día siguiente fue a su taller una vez más para continuar con su adorado trabajo.

Entonces vió un destello muy intenso que provenía de la calle.

Emocionado corrió hacia esa luz, reconoció a su querida piedra.

Al agacharse para recogerla, su mano chocó con la mano de una mujer que también la reclamaba.

Cuando la miró, sintió su corazón galopar. Aquella mujer tenía los ojos más  hermosos que jamás había visto. De ese color pardo intenso y brillante que tan familiar le resultaba.

Así es como el amor se recordó a sí mismo entre la mujer, el artesano y la piedra.





3 comentarios:

  1. Bonita pedrada hermanita!
    Empieza a esculpir todo lo que tienes dentro.

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  2. Bonita pedrada hermanita!
    Empieza a esculpir todo lo que tienes dentro.

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