Dulce, en forma, inteligente, empática, simpática, parasimpática, complaciente, caliente, cálida, templada...
Piden deseos para que ella los cumpla. No lo agradecen y no lo valoran porque es lo que se supone que hace.
Porque creen que sus superpoderes alcanzan hasta el infinito, que esa es su misión, complacer y dar la vida por los demás.
Nadie salva a una heroína o se preocupa por ella porque es feliz, segura de sí misma y protectora.
Una superwoman no se queja por hacer de comer, limpiar, hacer la compra, cuidar a sus cachorras, trabajar fuera de casa también, estudiar, correr sin correrse, estar disponible para los demás...
Una superwoman no sufre, ni siente ni padece, escucha y acepta lo que otros decidan, está dispuesta a ser saco de boxeo o, en su defecto, de mierda. Son tales sus superpoderes, que transforma esta mierda en abono para seguir creciendo y hacerse más fuerte.
¿Venía todo esto en el manual y en el contrato de superwoman?
Supongo que no lo sabes hasta que lo firmas.
Supongo que por eso nadie te salva, porque te has creído tu papel, mintiéndote a ti mima y a los demás.
No me extraña que haya tanta gente que elija el victimismo como forma de vida.
La gente no se pre-ocupa por la gente que es feliz. No se les ocurre mirar detrás de la sonrisa, detrás de la piel suave y tersa.
A veces, pocas veces, lo que podrían ver sería un corazón estrujado, asustado, tembloroso, cargado de adrenalina que grita sin palabras, que llora sin lágrimas.
Díganme dónde tengo que firmar para rescindir el contrato de superwoman, o mejor aún, denme el nombre de un buen neurocirujano para operarme el cerebro y crear nuevas rutas neuronales, rutas en las que yo soy la protagonista de mi vida, en las que soy capaz de elegir acompañantes que sumen y no resten.
Me voy a convertir en sastre para cambiar el disfraz de superwoman por el de realwoman.
Una mujer real reescribe su cuento atendiendo a sus necesidades, a su corazón, a su coño y a su alma.

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