lunes, 14 de noviembre de 2016

Mi mamá me mima

Qué maravillosa, divertida, asfixiante, excitante, liberadora, claustrofóbica, certera, bipolar, fantástica... es a veces la maternidad.

Siempre fui muy madrera, pero con 12 años comencé a cuestionarme  los cuentos que me decía mi mamá.

Aún así siempre me vi entre sus alas, hasta que con ocho meses de llevar a Salma en mi útero, tuve un episodio de vértigo existencial.

Sentí que pasaba de ser "la niña" a ser "la madre", ni siquiera me detuve en el escalón de ser "la mujer".

La casa que conocía de mi cuerpo se desmoronó, ahora nacería un ser que dependería totalmente de mí, reclamando mi presencia las 24 horas del día por pleno derecho.

Ya no podía salir corriendo a los brazos de mamá. Ahora, yo era esos brazos que daban sin esperar recibir algo a cambio.

Yo la radical, la independiente, la reina de mis páramos, cedía mi trono a esa hermosa y tan deseada criatura, Salma.

Qué valiente Salma, decidió llegar la primera aún sabiendo que se chuparía todos mis miedos a través de mi leche templada, pero cortada por el cuerpo trémulo de la niña que empezaba a crecer como madre.

Miedo a la muerte, a la vida, al abandono, a la enfermedad, a no ser capaz, a ser como mi madre, a la pérdida, a la guerra, a los tsunamis....

Entonces llegó Maya, para terminar de derretir la casa de la niña y que renaciera así los cimientos de la casa de la buena madre. 

Qué lista Maya, llegar después y poder nacer en casa, comer chocolate antes de los dos, no mamarse todas las vacunas porque sí, tragar arena sin gritos de histeria...

Y todavía hay gente que se pregunta cómo hijos de los mismos padres pueden ser tan diferentes. Muy fácil, porque los padres no son los mismos cuando nace el primero que cuando nace el segundo, el tercero, el cuarto...

Todos son amados por igual, pero temidos de diferente manera...


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