Me encantan mis amigas, porque son revolucionarias.
No van con capuchas ni levantando el dedo anular, que también está bien de vez en cuando. Ellas desafían las reglas de la "pena negra" que esta sociedad patriarcal pretende resaltar con su cultura del miedo y del consumismo.
Ellas lloran sin taparse la cara, se pudren asustadas sin saber lo que ocurre exactamente para luego florecer llenas de mordidas de placer.
Ellas son felices y lo muestran sin vergüenza. Se niegan a jugar el papel de víctima exigida por mediocres que te miran mal si tu sonrisa mide más de 15cm.
Ellas me liberan de la responsabilidad de vivir mil experiencias para ver qué se siente, soy capaz de somatizar las cosquillas, las lágrimas, los tirones de pelo y los chupetones a través de sus cuerpos sudorosos, temblorosos.
Las adoro, las amo, y lo saben porque yo también soy revolucionaria. No temo decirles si me la comen, me aburre o me apasionan sus historias.
El respeto por las etapas y espacios de cada una es primordial, así como la honestidad.
Afortunadas de la vida que además de vivir el regalo, lo compartimos.

