- No deberías escribir estas cosas, tienes dos hijas pequeñas.
- Entiendo lo que quieres decir, ¿pero sabes qué? Las madres también follamos, de hecho, l@s niñ@s nacen porque sus padres follan.
Esta conversación la tuve hace unos días con una amiga, y de ella nació este cuento....
"Ya no hacemos el amor. Decidí que era lo mejor.
No pudiste con mi multipolaridad, la que mezcla misticismo con erotismo, locura con coherencia, optimismo con realidad, maternidad con sexo.
Y yo no pude con la tuya, la que mezcla deseo con indecisión, ganas virtuales con distancia real, amor con cobardía.
Pero no nos lo tengo en cuenta, porque disfrutamos muchísimo. Nos compartimos, y eso lo agradezco infinito. Por eso voy a regalarte mi memoria de nuestro último encuentro.
Hacía un calor insoportable ese día. Concretamente era un 69 de agosto de 6969.
Yacíamos felices entre mil y una dunas, sin 40 ladrones que nos molestaran alrededor.
El sol era de justicia, totalmente injusto con nuestra piel desnuda y entregada a la fuerza de la naturaleza que ese día se mostraba a través de los rayos del astro rey.
Rayos descarados que me penetraban sin permiso, poniéndome muy cachonda, humedeciéndome cada vez más y más. Sublime paradoja ésta, ¿eh?
Aún así, mis labios superiores sí que estaban secos, por lo que giré sobre mi cuerpo para alcanzar la nevera y beber un poco de agua.
Entonces tú despertaste de tu siesta, empinado, como se suelen despertar los hombres que desean cuerpos caramelo.
Me viste tumbada sobre mi costado izquierdo, y no evitaste el pegarte a mí para acariciarme con tu piel.
Agarraste una de mis nalgas y la levantaste, haciendo más fácil el camino de tu espada sedienta de sangre. Pero de una sangre distinta esta vez, la sangre que a diferencia de otras, proviene de la vida, no de la muerte.
En ese momento apareció la única tipa que no soporto a nuestro lado, mi mente. Me decía que no estaba bien lo que hacía, que ya era madre, que no debería disfrutar del sexo, y menos si no era con el padre de las niñas. Que la gente hablaría de mí si se enteraran, que me dirían de lo peor, que ni siquiera tú me tomarías en serio.
Sacudí mi cuerpo para sacarla de mí, me giré por completo y levanté mis caderas, quería sentirte en toda tu inmensidad. Tú agarrabas mi cintura y seguías la coreografía que yo inventaba para los dos, interrumpiendo muy de vez en cuando para introducir algunos pasos de cosecha propia.
Nos movíamos totalmente extasiados el uno para el otro. Me hiciste saber que no aguantarías mucho más, así que te saqué de mí sin tu rendición. Todavía no había llegado el final de la batalla para mí.
Tú te quedaste sentado sobre tus piernas, acariciando tu sexo suavemente. Con la cara de un niño resignado al que acaban de quitarle su juguete preferido. Me mirabas tan lindo, me encanta cuando te rindes, cuando aceptas mi ritmo y me esperas paciente, sonriéndome de esa manera pícara que me vuelve loca.
Entonces quité tu mano dulcemente y agarré tu falo con una fuerza suave, una fuerza que conjugaba pasión y ternura. Lo paseé largo rato por mi vulva, para hacer crecer su deseo, directamente proporcional a su tamaño, hasta que lo sentí nuevamente firme. Lo introduje despacito en mí, sintiendo la intensidad de cada recorrido cálido.
Así bailamos largo rato. Mientras revolvía tu pelo y te clavaba mis uñas rojas en tu espalda, tú mordías mis labios y chupabas mis pezones. Y de nuevo la tipeja habló, esta vez a ti. Te susurraba que no lo hicieras, que las mismas tetas que ahora lamías, habían alimentado a mis hijas durante seis años.
¡Maldita reprimida amargada! Pero ya era demasiado tarde, imposible parar el deseo de nuestros cuerpos. Ellos sí saben, saben del sentido de la vida. El que se alimenta del bienestar y la complementación.
Y guiados por ellos nos subimos a la cresta de la ola que provocaron nuestros fluidos tan gustosamente mezclados al unísono. Marcando mi útero con gritos de placer, el mismo placer que fue marcado en él con mis alaridos al parir.
Mi útero no discrimina ningún ruido que provenga de la vida, por eso no se siente culpable. Sabe que pertenece a una mamífera sana, que se permite sentir el gustazo que provoca tanto el parir a sus cachorras como el encuentro con su amante.
Sabe que es el útero de una mujer que resurgió de las cenizas donde fueron quemadas sus ancestras, injustamente acusadas de brujas, locas, putas y curanderas.
Brujas, por estar conectadas con la memoria ancestral, por reconocer y poder comunicarnos con almas encontradas de otras vidas y hacer alquimia juntas.
Locas, por ser libres al expresar lo que sentimos sin tapujos y felices, enseñando el culo a los problemas que otros nos inventaron.
Putas, por copular con el misterio, por entregarnos sin miedo a arriesgar, por jugar con experiencias nuevas, poniendo toda la carne en el asador.
Curanderas, por sanar al prójimo, por acompañar a la mujer que pare, por fundirnos con la naturaleza y absorber su sabiduría innata, compartiéndola así con el mundo"

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