No hace frío y tampoco calor, es la temperatura justa de un abrazo, el tiempo justo de un beso.
Todo el mundo puede llegar y quedarse el tiempo que quiera, incluso hay algunos que pueden edificarlo donde lo desean e invitar a quien lo precise.
Alguna gente no lo ve y pasa de largo, o saben que sería genial y necesario quedarse, pero encuentran motivos para posponerlo.
Existen todos los comienzos y todos los finales. Te dan una pluma ligera y un tintero con tu sangre, tu saliva y tus lágrimas para que escribas lo que deseas que te viva.
Hoy se me acercó una niña y me dijo que a veces puedes cambiar el final si aceptas las consecuencias que implica.
Me encanta la gente que se me cruza en este espacio.
La mayoría sonríe, pero también los hay uraños, estos suelen ser mis preferidos, porque son los que se derriten más fácilmente. Sólo necesitan una sonrisa o un abrazo, a veces ni siquiera eso, con una simple mirada sincera te abren un poquito su enorme corazón.
Tengo un defecto, bueno, tengo más, pero éste es el que más me perturba. Soy intolerante a los pusilánimes. Me cuesta la gente que se pajea con el error ajeno o propio y no avanza.
Ya sé que los otros son mi espejo, por eso me perturba tanto ésta mi incapacidad de empatía para con ellos.
¿Qué parte de mí es pusilánime, qué parte de mí no me tiene paciencia para respetar mis ritmos y comprensión para permitirme llorar y gritar?
Mañana voy a ver a un ser que dicen es el gran arquitecto de este mundo. Me han dicho que si le haces la pregunta correcta, él te contesta con otra más certera aún.
Cuando llego a su casa, la puerta está abierta, un olor dulce y limpio que me resulta muy familiar, llega hasta mí llevándose mis dudas.
Atravieso la estancia y salgo a un patio bañado de verde, hay árboles inmensos, sus ramas no se tocan, pero sus hojas parecen hablar unas con otras.
En una hamaca descansa una niña. Me acerco para saludarla y ella me regala mi sonrisa, mi llanto, mi grito, mi derecho a equivocarme y seguir siendo amada, mis ojos tristes sin culpa por incomodar a otros con mis lágrimas, mi sexo inocente y mi sonrisa dignificada.
Esa niña soy yo. Esa niña no tiene preguntas. Esa niña sonríe respuestas
